Había una vez un
gusano que iba por el campo. Era de color blanco con puntitos verdes en la espalda. Nadie lo
quería porque decían que era muy feo y repugnante. El pobre gusano se
arrastraba muy triste por el suelo. Cuando llegaba a una planta, todos los
insectos que había en ella se burlaban de él. No encontraba a nadie que le
hiciera compañía, o quisiera jugar con él.
La única distracción
que tenía era subirse a lo alto de un árbol y ver volar a las mariposas. Daría
cualquier cosa por volar como ellas. Se pasaba allí horas y horas
observándolas. Pero cuando bajaba al suelo, volvía a encontrarse con las mismas
burlas e insultos de siempre. Cansado de todo esto, decidió subirse a lo más
alto de un árbol para que nadie pudiera encontrarlo. Nunca más volvería a bajar
al suelo.
Un día, una mariposa
se puso a descansar en la rama donde estaba él. Éste se acercó hacia ella y
comenzaron a hablar. Al final, se
hicieron muy amigos.
Y desde entonces, pasaban largos ratos
hablando y estando juntos. Después de un tiempo, el gusano le hizo esta
pregunta:
- ¿Por qué has
querido ser mi amiga si nadie me quiere por lo feo y repugnante que soy?
Y la mariposa le
respondió:
- Lo que importa
para ser amigos, no es cómo eres por fuera, sino lo buena persona que eres por
dentro.
El gusano estaba muy
contento porque había encontrado un amigo de verdad. Estaba tan feliz que, una
noche, mientras estaba durmiendo en lo alto de su árbol, su cuerpo comenzó a
transformarse. A la mañana siguiente, se había convertido en una mariposa
bellísima, como nunca se había visto. Cuando su amiga mariposa vino a verle, y
vio lo que le había ocurrido, se alegró mucho y le dijo:
- Ahora has sacado
hacia fuera la belleza y lo buena persona que antes eras por dentro.
Y las dos mariposas
se pusieron a volar juntas. Desde ese momento, cada vez que veían a un gusano
triste en lo alto de alguna rama, bajaban y se ponían junto a él. Y se volvía a
repetir la misma historia.
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