lunes, 16 de julio de 2012

¿QUÉ SIGNIFICA EDUCAR?



Educar a un niño es ayudarlo a comprender la libertad y la integración. Para tener libertad tiene que haber orden y la integración sólo se produce en medio de una gran sencillez. Partiendo de innumerables complejidades debéis llegar a la sencillez y ser sencillos en vuestra vida interna y en vuestras necesidades externas.

Vuestra educación de hoy se ocupa tan sólo de la eficiencia externa; desatiende totalmente o pervierte deliberadamente la naturaleza interna del ser humano; desarrolla sólo una parte de él y abandona el resto para que se desenvuelva lentamente lo mejor que pueda, por eso, vuestra confusión, vuestro antagonismo y vuestros temores internos, siempre dominan la estructura externa de la sociedad, no importa lo hábilmente construida que esté.


Cuando no hay verdadera educación os destruís mutuamente, y es imposible la seguridad física de cada uno. Educar bien al alumno es ayudarlo a entender el proceso total de su ser; porque sólo cuando hay integración de la mente y el corazón en cada acción cotidiana, puede haber inteligencia y transformación interna. Al ofrecer formación e información la educación estimula una visión integral de la vida y debe ayudar al alumno a reconocer y a destruir en sí mismo todas las distinciones y perjuicios sociales y disuadirlo de la persecución codiciosa del poder y de la autoridad.


Debe estimularle a la verdadera observación de sí mismo y a vivir la vida en su totalidad, lo cual no es dar significación sólo a una parte, al “mí”, y a “lo mío”, sino ayudar a la mente a ir por encima y más allá de sí mismo para descubrir lo que es real. Se llega a la libertad únicamente mediante el conocimiento de sí mismo en los menesteres cotidianos; es decir, en las relaciones con la gente, con las cosas, con las ideas y con la naturaleza.


Si el educador ayuda al estudiante a integrarse, no puede acentuar de un modo fanático o irrazonable, ningún aspecto particular de la vida, es la comprensión del proceso total de la existencia lo que produce la integración.


Cuando hay autoconocimiento cesa el poder de crear ilusiones; y sólo entonces es posible que la realidad o Naturaleza-Dios se manifieste en toda su grandeza. Los seres humanos debéis estar integrados si queréis terminar esta crisis, sin sufrir menoscabo alguno; por lo tanto, para los padres y maestros que están realmente interesados en la educación, el principal problema es cómo desarrollar un individuo integrado.


Para hacer esto, evidentemente el educador mismo debe estar integrado; de modo que la verdadera educación es de suprema importancia, no sólo para los jóvenes, sino también para los viejos si quieren aprender y no están ya anquilosados. Lo que sois en vuestro fuero interno es mucho más importante que la cuestión tradicional de qué se le debe enseñar al niño, y si amáis a vuestros hijos, debéis procurar que tengan verdaderos educadores. Enseñar no debe convertirse en la profesión de un especialista.


Cuando ese es el caso, y así sucede con frecuencia, el amor es esencial en el proceso de la integración. Para que haya integración debe haber libertad de temor. La ausencia del temor trae la independencia sin crueldad, sin desprecio para los demás, y este es el factor más esencial en la vida.


Sin amor no podéis resolver vuestros numerosos problemas conflictivos; sin amor la adquisición de conocimientos sólo aumenta la confusión y conduce a la propia destrucción. El ser humano integrado llegará a la técnica por medio de la vivencia, porque el impulso creativo crea su propia técnica, y ese es el arte supremo. Cuando un niño tiene el impulso creativo de pintar, pinta, sin cuidarse de la técnica.


De la misma manera, las personas están “viviendo”, y por lo tanto enseñando, son los únicos verdaderos maestros; y ellos a su vez crean su propia técnica. Esto parece muy sencillo, pero solamente es una profunda revolución. Si lo pensáis bien, podéis ver el efecto extraordinario que tendrá en la sociedad. Hoy por hoy, la mayor parte de vosotros estáis agotados a los cuarenta y cinco o cincuenta años de edad, por la esclavitud de la rutina, por causa de la sumisión, del temor y de la aceptación y muchos tenéis la sensación de que para nada servís, aunque luchéis en una sociedad que tiene muy poca significación, excepto para los que la dominan y están seguros.


Si el maestro ve esto y él mismo vive en realidad, entonces, cualquiera que sea su temperamento y sus habilidades, su enseñanza no será asunto de rutina y sí un instrumento de ayuda. Para comprender a un niño tenéis que observarlo en sus juegos, estudiarlo en sus diferentes actitudes; no podéis imponerle vuestros propios prejuicios, esperanzas y temores, o moldearlo de acuerdo con el patrón de vuestros deseos. Si constantemente juzgáis al niño de acuerdo con vuestros propios gustos y antipatías, os exponéis a crear barreras y obstáculos en vuestras relaciones con él y en las suyas con el mundo.


Desgraciadamente, la mayoría de vosotros deseáis plasmar al niño en forma que resulte satisfactoria a vuestras propias vanidades e idiosincrasias; encontráis varios grados de conformidad y satisfacción en poseer y dominar de un modo exclusivo. Por supuesto que este proceso no es de relación, sino de simple imposición, y por lo tanto es esencial comprender el difícil y complejo deseo de dominar. Asume muchas formas sutiles; y en su aspecto de propia rectitud, es muy obstinado. El deseo de “servir”, con el anhelo inconsciente de dominio, es difícil de comprender.


¿Puede haber amor cuando se quiere ejercer el derecho de posesión? ¿Puede haber comunión con los que deseáis controlar? Dominar es hacer uso de otro para satisfacción propia; y donde se hace uso de otro no hay amor. Cuando hay amor hay consideración, no sólo para los niños, sino también para todo ser humano y a menos que estéis profundamente conmovidos por el problema no hallaréis jamás el verdadero camino de la educación. El mero adiestramiento técnico inevitablemente produce crueldad, y para educar a vuestros hijos tenéis que ser sensibles al movimiento total de la vida. Lo que pensáis, lo que hacéis, lo que decís, es de importancia infinita porque crea el ambiente, y ese ambiente ayuda o entorpece al niño.


Es evidente, entonces, que aquellos de vosotros que estáis profundamente interesados en esta cuestión, tendréis que empezar por comprenderos a vosotros mismos, para así poder contribuir a la transformación de la sociedad; haréis que sea vuestra la responsabilidad de lograr un nuevo enfoque de la educación. Si amáis a vuestros hijos ¿no buscaréis un medio para acabar con las guerras? Pero si meramente usamos la palabra “amor” sin sustancia, entonces perdurará el complicado problema de la miseria humana.


Angel Luis Fernández

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