lunes, 2 de enero de 2012

Ed, el hombretón



Cuando llegué a la ciudad para presentar un seminario sobre cómo dirigir una empresa con autoridad, un pequeño grupo de personas me llevó a cenar para ponerme al corriente de la gente a quien tendría que dirigirme al día siguiente.
El líder manifiesto del grupo era Ed, un corpulento hombretón de voz profunda y retumbante, que mientras cenábamos me informó de que era mediador de conflictos laborales en una gigantesca organización internacional.
Su trabajo consistía en infiltrarse en ciertas divisiones de la empresa o de empresas subsidiarias para finalmente quitarle el empleo al ejecutivo responsable de ellas.
—Joe —me dijo—, realmente no veo el momento de que llegue mañana, porque a toda esa gente le hace falta escuchar a un tipo recio como tú. Ahora se enterarán de que mi estilo es el correcto.
Con una sonrisa tosca, me guiñó un ojo.
Me limité a sonreír. Yo sabía que el día siguiente sería diferente de lo que él esperaba.
Al día siguiente se quedó sentado, impávido durante todo el seminario, y cuando terminó se fue sin decirme nada.
Tres años después regresé a aquella ciudad a presentar otro seminario de administración para el mismo grupo de personas. Ed, el hombretón, estaba otra vez allí. A eso de las diez, de pronto, se levantó para preguntarme en voz muy alta:
—Joe, ¿puedo decir algo a esta gente?
—Claro —le respondí con una sonrisa forzada—. Cuando alguien es tan grande como tú, Ed, puede decir lo que quiera.
El hombretón siguió diciendo.
—Todos vosotros, muchachos, me conocéis, y algunos sabéis lo que me pasa, pero ahora quiero compartirlo con todos. Joe, creo que cuando haya terminado me lo agradecerás.
—Cuando te oí sugerir que todos, para llegar a ser realmente duros, teníamos que aprender a decirle a la gente más próxima que la amamos, pensé que eso era un montón de tonterías sentimentales. No entendía qué demonios tenía que ver eso con el hecho de ser duros. Tú habías dicho que la dureza era como el cuero y la rigidez como el granito, que una mente dura es abierta, elástica, disciplinada y tenaz. Pero yo no entendía qué tenía que ver el amor con todo eso.
—Esa noche, sentado en el salón frente a mi mujer, tus palabras me seguían zumbando en la cabeza. ¿Qué clase de coraje necesitaría para decirle a mi mujer que la amaba? ¿Acaso eso no podía hacerlo cualquiera? Tú también habías dicho que eso había que hacerlo a la luz del día, no en el dormitorio. Descubrí que me estaba aclarando la garganta para empezar y que no acababa de decidirme. Mi mujer me miró, me preguntó qué había dicho y yo le contesté que nada. Después, de pronto, me levanté, atravesé la habitación, le aparté nerviosamente el periódico y le dije: “Alice, te amo”. Durante un momento me miró, atónita, y después sus ojos se llenaron de lágrimas y me dijo, suavemente:
“Ed, yo también te amo, pero ésta es la primera vez en veinticinco años que me lo has dicho de esta manera”».
»Estuvimos un rato hablando de cómo el amor, si es suficiente, puede disolver toda clase de tensiones y de pronto yo decidí, en el entusiasmo del momento, llamar a mi hijo mayor que vive en Nueva York. En realidad jamás hemos mantenido una buena relación. Cuando se puso al teléfono le dije como en un estallido: “Hijo, si piensas que estoy borracho lo entenderé, pero no es eso. Es sólo que se me ocurrió llamarte para decirte cuánto te quiero”».
»Al otro lado se produjo una pausa y después le oí decir en voz baja:
«”Papá, creo que ya lo sabía, pero es estupendo oírlo. Y quiero que sepas que yo también te quiero”». Estuvimos charlando un rato y después llamé a mi hijo menor a San Francisco. Con él había tenido más intimidad. Le dije lo mismo que al otro y con éste también mantuve una charla realmente hermosa, como nunca la habíamos tenido.
«Esa noche, mientras estaba acostado, pensando, me di cuenta de que todas las cosas que usted había dicho ese día, es decir, los elementos básicos de una auténtica administración, adquirían un significado nuevo, y que yo podía tener una pista sobre la forma de aplicarlos si realmente entendía y practicaba un firme concepto de amor.
»Empecé a leer libros sobre el tema y, por cierto, Joe, hay mucha gente importante que tiene cosas que decir, y me di cuenta de lo enormemente práctico que resultaría en mi vida un concepto del amor entendido así, tanto en casa como en el trabajo.
»Tal como algunos de los aquí presentes ya sabéis, cambié realmente mi manera de trabajar con la gente. Empecé a escuchar más y de verdad. Aprendí lo que era tratar de conocer las virtudes de la gente en vez de concentrarme en sus debilidades. Empecé a descubrir el auténtico placer de ayudarles a aumentar la confianza en sí mismos. Quizá lo más importante de todo fue que realmente empecé a entender que una manera excelente de mostrar amor y respeto por los demás es esperar de ellos que usen sus propias fuerzas para alcanzar los objetivos que juntos hemos definido.
«Joe, ésta es mi manera de darte las gracias. Y, dicho sea de paso, ¡hablemos de algo práctico! Ahora soy vicepresidente ejecutivo de la compañía y me adjudican un liderazgo fundamental. Pues bien, muchachos, ¡ahora escuchad a este tipo!»
Joe Batten

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