miércoles, 29 de febrero de 2012

Reflexión.


Todo sucede por alguna razón, todo tiene su momento y su lugar, todo sigue ciclos biológicos y todo tiene su nivel de maduración, todo encaja siempre. Por la misma razón no se puede argumentar que nadie acierte siempre o se equivoque siempre, porque incluso un reloj parado da la hora correcta dos veces al día. Y es que existe una curiosa ley de la relatividad que sentencia que cuánto más se esfuerce uno por conseguir algo, menos se recibe, aunque solo bajo condiciones de vanidad, ego, apego excesivo, enojo, frustración o codicia, porque los medios determinan el fin, si se juega con pulcritud se obtiene pulcritud, si se juega con basura, lo que se obtiene es basura.

Los fines pueden justificar los medios, pero solo si se ven en retrospectiva, nunca como una forma de aprovechamiento inadecuado; la naturaleza siempre se rebela contra ello. Por eso la responsabilidad y la culpabilidad resultan siempre temas candentes para esta sociedad y causa de gran confusión; la culpa es el gran conector que ha mantenido unidad a la sociedad occidental durante miles de años, incluso la iglesia, los gobiernos, las instituciones educativas y hasta los sistemas jurídico-legales han estado siempre representados a través de ella, acercándose cada vez más a la codicia, sin aproximarse siquiera a la responsabilidad.

La culpa es como una deuda que a los seres humanos no se les permite pagar, es como embaucar a alguien para que roben el dinero y rechazar después las disculpas e incluso el mismo dinero. La responsabilidad, por otro lado, es algo totalmente diferente, es como pedir prestado y prestar, a sabiendas de que se debe devolver todo, tarde o temprano. Asumir una responsabilidad significa que a pesar de las penurias que impliquen las decisiones, al final se logra equilibrar todo, bien sea un asunto de tiempo, de energía, de amor o de dinero. Angel Luis Fernández.

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